domingo, 5 de enero de 2014

Tortilla Flat (John Steinbeck, 1935)
Esta obra ligera ha sido mi primer acercamiento a la obra de J. Steinbeck. Bueno, esto no es del todo cierto. En los años de instituto, recuerdo haber leído De ratones y Hombres, pero su recuerdo es confuso. Para ser totalmente sincero, me decidí por este libro porque era el más fino, de entre sus  obras, que disponían en mi biblioteca local. Por puro utilitarismo más que otra cosa, aunque también es cierto que soy férreo defensor de que "lo bueno, si breve, dos veces bueno". Es molesto cargar con un tocho rompebrazos en el transporte público. Además,  prefiero no correr riesgos y no ser confundido con uno de esos lectores de zafios tochos superventas, escritos por algún robot  al servicio de la editorial de turno. Sólo así se entiende ese afán de normalizar lectores y estereotipar temáticas.

Aunque esta novela tiene, no pocos, momentos de tensión y pendencia, su mayor parte sucede en bucólicos parajes descritos con el mayor de los lirismos. Poéticas y reflexivas escenas llenas de imágenes místicas, incluso religiosas, pero con la exaltación de la amistad y la libertad por bandera, como solo una pandilla de borrachos alborotadores puede hacerlo. La mayor preocupación de Danny y su cuadrilla es conseguir, a diario, unas garrafas de vino para enjuagarse la garganta, sentados al sol, refrescando al viento sus pies desnudos, enturbiando su espíritu para sacar sus mejores y más nobles pensamientos. La trama empieza cuando Danny vuelve de prestar un gratificante e imprescindible servicio a su patria, esquilando reses en algún rancho mastodóntico y polvoriento de Texas, y se encuentra con que es propietario de dos humildes casitas en la barriada de Tortilla Flat (Monterey, California) fruto de la herencia de su respetable abuelo. Aquí, entre sutiles y certeras pullas al crimen que es la propiedad, empiezan los problemas. Otros dirán que lo que empieza es la buena vida. Según se mire. Alejados del arroyo, ante la perspectiva de un techo con el que nunca soñaron pero saben valorar (lo justo), se van juntando entorno a la casa del paisano Danny, como si de una jauría indómita se tratase, variopintos personajes, cada uno con una ética más dudosa que el anterior. Quién sigue la carrera del autor, encuentra censuras al estado de bienestar americano, o querencia por el lumpen. A mi, con una influencia más castiza, me recuerdan a una manada de Carpantas, que tienen hambre, sed, y ganas de arrejuntarse, entre el desorden y la mugre, y que reivindican el desprecio al sistema de valores.

A lo largo de la novela, el grupo va viviendo multitud de pintorescas aventuras donde se estafa, se mercadea, se expolia, y hasta se aplica justicia social al abusador y al usurero, pero siempre con un deje pícaro y sufrido, al mismo tiempo. En otras se sirve al prójimo, con la sola satisfacción del deber bien hecho, y la tranquilidad que ello supone para la mentalidad cristiana. Los continuos roces con el sexo femenino no faltan en absoluto, representados como un juego continuo de astucias y picardías de todo pelaje. El libro está lleno de geniales toques de humor, de un cinismo salvaje y desvergonzado, como pocos, que te sacan alguna carcajada irreverente, de esas que llaman la atención de medio vagón de metro. El final, además, es surrealista a más no poder. Algo que, por fuerza, tiene que tener un mensaje apocalíptico escondido o una revelación que yo no acierto a entender. Una salida de tono que perturba al más templado. No digo más.

¿Qué más puedo añadir? Pues que me he metido en esta novela hasta el cuello. He sido un compañero más de viaje. He sentido el frio de la noche a la intemperie, la embriaguez, por vino barato, de esos hombres buscando soluciones a problemas cotidianos, y  he experimentado la libertad de no pertenecer a ningún lugar, de no tener nada. Me he sentido, otra vez más, como un desahuciado social, como un loco inadaptado que quiere destruir los cimientos de cualquier sistema que haya existido jamas en cualquier mente humana.                                                                                            


Ahora no me cabe duda que leeré más a Steinbeck. Aunque sus libros pesen, y se me mojen en los días de lluvia, por no poder meterlos en el bolsillo de mi abrigo. Esta historia me ha dejado una paz interior como hacía tiempo que no me dejaba un libro. He tenido la penúltima visión vital de mi historia: quiero ser indigente en California, porque tienen buen clima y viñedos a mogollón. Si, y he empezado por buscar Monterrey en el mapa virtual de mi navegador preferido de internet.