Tortilla Flat (John
Steinbeck, 1935)
Esta obra ligera ha sido mi primer
acercamiento a la obra de J. Steinbeck. Bueno, esto no es del todo cierto. En
los años de instituto, recuerdo haber leído De
ratones y Hombres, pero su recuerdo es confuso. Para ser totalmente
sincero, me decidí por este libro porque era el más fino, de entre sus obras, que disponían en mi biblioteca local.
Por puro utilitarismo más que otra cosa, aunque también es cierto que soy
férreo defensor de que "lo bueno, si breve, dos veces bueno". Es
molesto cargar con un tocho rompebrazos en el transporte público. Además, prefiero no correr riesgos y no ser
confundido con uno de esos lectores de zafios tochos superventas, escritos por
algún robot al servicio de la editorial
de turno. Sólo así se entiende ese afán de normalizar lectores y estereotipar
temáticas.
Aunque esta novela tiene, no pocos,
momentos de tensión y pendencia, su mayor parte sucede en bucólicos parajes
descritos con el mayor de los lirismos. Poéticas y reflexivas escenas llenas de
imágenes místicas, incluso religiosas, pero con la exaltación de la amistad y
la libertad por bandera, como solo una pandilla de borrachos alborotadores
puede hacerlo. La mayor preocupación de Danny y su cuadrilla es conseguir, a
diario, unas garrafas de vino para enjuagarse la garganta, sentados al sol,
refrescando al viento sus pies desnudos, enturbiando su espíritu para sacar sus
mejores y más nobles pensamientos. La trama empieza cuando Danny vuelve de
prestar un gratificante e imprescindible servicio a su patria, esquilando reses
en algún rancho mastodóntico y polvoriento de Texas, y se encuentra con que es
propietario de dos humildes casitas en la barriada de Tortilla Flat (Monterey,
California) fruto de la herencia de su respetable abuelo. Aquí, entre sutiles y
certeras pullas al crimen que es la propiedad, empiezan los problemas. Otros
dirán que lo que empieza es la buena vida. Según se mire. Alejados del arroyo,
ante la perspectiva de un techo con el que nunca soñaron pero saben valorar (lo
justo), se van juntando entorno a la casa del paisano Danny, como si de una jauría indómita se tratase,
variopintos personajes, cada uno con una ética más dudosa que el anterior.
Quién sigue la carrera del autor, encuentra censuras al estado de bienestar americano,
o querencia por el lumpen. A mi, con una influencia más castiza, me recuerdan a
una manada de Carpantas, que tienen hambre, sed, y ganas de arrejuntarse, entre
el desorden y la mugre, y que reivindican el desprecio al sistema de valores.
A lo largo de la novela, el grupo va
viviendo multitud de pintorescas aventuras donde se estafa, se mercadea, se
expolia, y hasta se aplica justicia social al abusador y al usurero, pero
siempre con un deje pícaro y sufrido, al mismo tiempo. En otras se sirve al
prójimo, con la sola satisfacción del deber bien hecho, y la tranquilidad que
ello supone para la mentalidad cristiana. Los continuos roces con el sexo
femenino no faltan en absoluto, representados como un juego continuo de
astucias y picardías de todo pelaje. El libro está lleno de geniales toques de
humor, de un cinismo salvaje y desvergonzado, como pocos, que te sacan alguna
carcajada irreverente, de esas que llaman la atención de medio vagón de metro.
El final, además, es surrealista a más no poder. Algo que, por fuerza, tiene
que tener un mensaje apocalíptico escondido o una revelación que yo no acierto
a entender. Una salida de tono que perturba al más templado. No digo más.
¿Qué más puedo añadir? Pues que me he
metido en esta novela hasta el cuello. He sido un compañero más de viaje. He
sentido el frio de la noche a la intemperie, la embriaguez, por vino barato, de
esos hombres buscando soluciones a problemas cotidianos, y he experimentado la libertad de no pertenecer
a ningún lugar, de no tener nada. Me he sentido, otra vez más, como un
desahuciado social, como un loco inadaptado que quiere destruir los cimientos
de cualquier sistema que haya existido jamas en cualquier mente humana.
Ahora no me cabe duda que leeré más a
Steinbeck. Aunque sus libros pesen, y se me mojen en los días de lluvia, por no
poder meterlos en el bolsillo de mi abrigo. Esta historia me ha dejado una paz
interior como hacía tiempo que no me dejaba un libro. He tenido la penúltima
visión vital de mi historia: quiero ser indigente en California, porque tienen
buen clima y viñedos a mogollón. Si, y he empezado por buscar Monterrey en el
mapa virtual de mi navegador preferido de internet.