miércoles, 8 de octubre de 2014


Acid House (Irwine Welsh, 1994)
En un principio, no tenía en mente escribir comentario alguno sobre este libro porque, aunque a ratos he disfrutado, no me parece que aporten nada en particular unas cuantas historias más de yonkis deshumanizados y deprimidos, y otras gentes de dudosa moral, ubicados en el lumpen proletariado. No obstante, hay algunas “perlas” en esta colección de relatos breves (junto a una novela corta) que han llamado mi atención. Precisamente las que menos tienen que ver con el inframundo de las sustancias estupefacientes. Y es que aunque me pese, pues uno intenta refinar sus gustos día a día, soy otro más de los que disfrutan, un poco, deambulando desde la barrera, por las miserias ajenas. Y de eso, en este libro hay un rato. Uno tras otro van sucediéndose personajes recosidos, con múltiples cicatrices, tanto físicas como espirituales, que por el contacto que muchos hemos hecho (¡y hemos sido, que coño!) con borrachos intratables, politoxicómanos varios y arruinados morales con carnet, resultan hasta entrañables. A quién le guste Bukowski, su realismo indecente, promiscuo y su lenguaje claro, colorista y callejero, le encantará la mayor parte de la obra de Welsh, desarrollada, en su mayoría, por los sucios y grises suburbios británicos. Si bien son historias dirigidas a la juventud (si, aunque parezca increíble hay jóvenes que leen algo más que el Marca o best-sellers de saldo) por la gran dosis de identificación con las realidades que cuenta Welsh, dudo más que mucho que llegue al grueso de su público potencial, que es tirando a analfabeto, por decirlo suavemente. Una lástima ya que, y sin pretender ser moralista, la imagen deformada que podrían contemplar ante los contorsionados espejos que muestra el autor, disuadirían a más de uno de seguir por el camino de la autodestrucción. Aunque bien pudiera ser todo lo contrario, y animarle a lanzarse al abismo, que sé yo. Y añado, desde mi púlpito, que el apasionado “malditismo” de muchos “quiero y no puedo's”, junto al poco aprecio por la salud, es condición necesaria para que triunfe nuestro “querido sistema”. Me explico: hay quién cree que la autodestrucción es revolucionaria, demostrando que no se acerca, ni de lejos, a comprender el mundo en que vive.
Entre las historias que más me han gustado hay una, llamada “Los dos filósofos”, que presenta a un par de profesores universitarios, antagonistas en sus teorías políticas, y vitales, por lo tanto, que aún siendo viejos colegas, siempre acaban por sacar su rivalidad a flote, y entre discusiones etílicas en la barra del pub, temen por el futuro de su relación personal. Leyendo entre líneas (tampoco demasiado) uno encuentra una bonita historia en la que amistad y principios filosóficos se dan de ostias, para terminar en un obtuso final, a la altura del resto del libro. A mí no me cuesta identificarme con esta historia en particular, por las noches de abyectas diatribas y maledicentes dialécticas pasadas junto al principal responsable de este blog, y frente a nuestro barman de confianza. Aunque nuestras riñas no tienen el carácter de erudición de la de los dos personajes de la historia, también revelan profundos sentimientos, valores arraigados, y planteamientos frente a la vida. Todos muy correctos y respetables. Aunque los míos son más  mejores, y verdaderos, claro está. En cualquier caso, veo difícil para nosotros un final como el del relato, principalmente porque no somos anglosajones, ni excesivamente violentos. Otra cultura diferente, ya sabéis.
Otra gran historia es “La causa del Granton Star”, de inevitable reminiscencia kafkiana, por eso de convertir personas en bichos y tal, que narra la particular historia de un joven que lo pierde todo miserablemente, en cuestión de horas, y cuando nada puede ir peor… ¡Se le aparece Dios! ¿Quién no desearía tener una charla con el viejo mito? ¡Hasta un no creyente lo desearía! Pero atentos, es un Dios duro, cruel y vengativo, entre otras malvadas cualidades. Como el del Antiguo Testamento, para que os hagáis a la idea. Esta historia, aparte de truculenta, también tiene moraleja: no dejes en manos de Dios, lo que puedas solucionar tú. Muy edificante, si no fuera porque el recurso de lanzar reproches a un Dios salvador pide, de por sí, confirmar la creencia en él, o peor, sentir la necesidad de él. No obstante, buena historia.  Empiezo a comprender que este Welsh, tras sus depravadas y sucias historias, esconde cierto tufillo puritano.
Hay más historias entretenidas, como Dinae Matter, donde el típico palurdo que jamás querrías tener como padre le atiza a un Mickey Mouse tamaño humano, o Euroescoria, una bonita historia donde se define a mucha gente que va dando tumbos por la vieja Europa, en busca de una vida de gozo narcótico y desenfrenado, viviendo las más miserables y turbias penurias. La novela corta es un poco más de lo mismo. Sordidez,  y reflexiones vitales, en un clima de suburbio británico, rodeado de heces por todos sitios. Personalmente, creo que, con el tiempo, me aventuraré con alguna obra más de este tipo, aun habiendo miles de cosas que me apetece leer más, pues no termina de desagradarme suficiente su perspectiva del mundo.
El lehendakari.

viernes, 14 de febrero de 2014

THE SECRET LIFE OF A TEENAGE PUNK ROCKER. THE ANDY BLADE CHRONICLES.

Señoras y caballeros: este humilde sitio ha decidido ampliar horizontes; no, no, eso no quiere decir que vayamos a subir nuestro ritmo de lecturas. Ante todo somos gente relajada y alejada del mundanal cyber-ruido. Simplemente hemos pasado a mostrar aquí nuestras impresiones sobre un libro en inglés; SIIIIII!!!!!, en el idioma del Imperio y de su máxima vocera Esperanza Aguirre!!!!. Pero amigos, es que no se trata de un libro cualquiera. Para empezar hay que señalar que se trata de un libro de punk, y el punk es algo que me fascina hasta límites de perdida de tiempo insospechados. Pero tampoco se trata de un libro de punk cualquiera; no es el enésimo ensayo de pseudos intelectualoides que viene a contarnos las bondades del Situacionismo pero tampoco es una reunión de porteras drogadictas neoyorquinas narrándonos lo mucho que han contribuido a salvar el Rock’n’Roll. No!!!, este libro es mucho más, es la autobiografía de Andy Blade, el cantante de uno de los mejores grupos que la humanidad ha dado, EATER, que aunque seas un bobo y un pedorro y por ello no te gusten, tendrás que reconocer que son el paradigma de lo que debe de ser un grupo de punk.
Pero tampoco nos encontramos ante una autobiografía al uso. Para empezar no tiene pinta de haber sido escrito por un “negro” al estilo de la sinpar Ana Rosa, para seguir, no hay rastro de la menor autoindulgencia, vamos que no se trata del típico libro donde el autor es muy bueno y lo demás son muy malos y tontos, además nuestro amigo Andy no tiene pelos en la lengua, no esconde absolutamente nada de lo que piensa sin importarle lo más mínimo las posibles consecuencias.
Eso sí, la estructura del libro es clásica en las biografías de un tiempo a esta parte, sigue orden cronológico pero salpicadas con anécdotas sobre episodios concretos, desde la infancia de Blade y sus hermanos en Finchley hasta la catarsis final ya en el siglo XXI. En ese sentido me recuerda a la también genial autobiografía de Ricky Gil, cantante y bajista de los no menos geniales Brighton 64.
En definitiva, a través del libro vamos asistiendo a divertidas anécdotas e interesantes reflexiones del autor.




Como hemos dicho el libro empieza con la infancia de nuestro protagonista, que como suele gustar, aúna elementos típicos con episodios más bizarretes. Miembro de una familia de clase obrera con varios hermanos, sufrió el típico divorcio entre sus progenitores. Hasta aquí más o menos normal, pero el señor padre era egipcio, y aunque de costumbre más o menos relajadas, musulmán; de hecho, como os podéis imaginar, el interfecto no salió de la maternidad como Andy Blade, sino como Ashruf Radwan, y se por experiencia que tener un nombre raro no es fácil de llevar cuando se es un joven imberbe, si ya va acompañado de ese apellido pues imaginaros. Por lo demás, tampoco parece que el señor Andy llevase una pubertad tan distinta de cualquier chaval de clase obrera raruno: peyas del cole, gamberradas varias, hurtos menores y cervezicas, y el rock´n´roll claro esta. Más concretamente el Glam, que era lo que tenía obnubilado a buena parte de la chavalería de la época, ya sabéis, principios mediados de los 70.
Así, batallita tras batallita, gamberrada tras gamberrada, robo tras robo, nuestro pequeño héroe, monta una banda, que tiene la inmensa fortuna de estar en el sitio adecuado en el momento adecuado, ya que coincide con los primeros escarceos del punk británico y la puesta en el mapa de los Sex Pistols. De esta manera, Eater llama la atención de la aún en pañales escena punk, entre otras cosas, por la juventud de todos sus componente, ninguno de ellos pasaba de los 16 años. Esta claro que un grupo como Eater sería imposible que surgiera hoy en día en Madrid, no ya por una cuestión de moda o geografía, sino porque les sería imposible tocar en algún lado que no fuese una casa ocupa, gracias a las tolerantes leyes de nuestro querido ayuntamiento.
Pero volvamos al Londres del 76/77, a partir de aquí viene lo mejor del libro para quien esto escribe, y es que nos surgimos de lleno en el mundillo del punk londinenese, con sus grandezas y con sus miserias. A través del prisma de Andy se nos muestra un sinfín de anécdotas en las que casi nadie sale bien parado, se le nota un poso de amargura por lo que pudo ser y no fue, tanto para hablar de su banda como para hablar de toda la escena punk, haciendo gala del típico cinismo inglés que resulta muy divertido y grato de leer. Todas las batallitas y sus posteriores reflexiones merecen la pena, sobretodo porque como he dicho antes, Andy del primero que se ríe es de si mismo y de su banda, y porque además sus filias y sus fobias no le impiden ser objetivo y sincero. Así por ejemplo vemos que siente mucha simpatía por Joe Strummer, pero eso no le impide reconocer que los Clash caían en continuas contradicciones y que detrás de su discurso pseudo-marxista se escondía un afán por convertirse en las típicas estrellitas de Rock.
Por otro lado, Johnny Rotten y él no se profesaban simpatía alguna, entre otras cosas, por las declaraciones en las que decían que los Pistols eran demasiado viejos, por ser Eater del círculo de los Damned y también por ciertos líos de Andy con la novia de Johnny (y luego mujer) y además madre de Ari Up (cantante de las Slits con la que Andy también se llevaba a matar), pero eso no le reprime de decir que los Pistols fueron la banda más grande de la época, que sin ellos no hubiera habido nada y que Johnny Rotten fue la voz de su generación, más allá del punk neoyorquino, aún siendo Blade fan irredento de los Ramones.
Punk neoyorquino al que Andy le mete palos serios y deja claro que si no llega a ser por la explosión del punk británico, no hubiera salido de sus madrigueras del CBGB o del Max Kansas, vamos, que no hubiese salido de su estatus de grupetes de culto para una minoría de pijos pedorros hedonistas. Como muestra el demoledor y acertado párrafo. Lean y déjense ya de chorradas de Nueva York, decadencia rockanrolera y de Mátames varios:



The whole New York ‘invasion’ was quite hilarious really. Besides the RAMONES who were fantastic, regardless of any baggage they brought with them the rest of the cast were merely has-been junkies trying to latch on to a new scene for the chance of a second and hopefully more lucrative bit of the cherry. Their vision of the London scene was no better than that of the Daily Mirror. (…) if the UK punk rock scene hadn’t been invented at this point in musical history, would the New York scene really have infiltrated these shores successfully?. Would it have been the same?. (...). I don’t think so.


Anécdota tras anécdota pasa el período punk con la disolución del grupo y el rápido desencanto de Blade tanto con Eater como con el punk en general. Y nuestro bien querido protagonista hace lo peor que pudiera hacer cualquier persona cabal, meterse en el mundillo jipi que le arrastrará poco a poco a una deriva de drogas en la que terminará enganchado al caballo. A partir de aquí poco más saldrá reflejado el punk, a excepción de la moda de los conciertos reuniones, de Eater, de los Pistols y de unos cuantos más, con motivo del 20 aniversario del punk, y como siempre, lo hace para reírse con un toque amargo y de decepción de él mismo, de sus acólitos, de sus compañeros de generación y de los pajeros como yo, que solemos disfrutar con este tipo de reuniones de abueletes punkis.
Pero aunque el protagonismo del punk desaparezca, el libro sigue siendo divertido, aleccionador y entrañable. Como decía por ahí arriba termina metido en problemas con la heroína (pero lejos de la versión glamurosa y decadente de las estrellitas del rock), lo cual le lleva a hacer un bizarrísimo viaje a Oriente Medio a purgarse (el padre de Andy es de origen egipcio), a través de uno de sus hermanos, el cual se ha convertido en un fanático del Islam (y que le lleva a conocer a Cat Stevens, por cierto), se ve envuelto en relaciones tormentosas que degeneran en un ‘affaire’ amoroso de drama fílmico que le llevara a romper la amistad con Brian Chevette, guitarra de Eater y amigo desde la infancia. Todo esto, como hemos dicho anteriormente, jalonado del típico humor inglés, que a pesar de lo dramático de la situación y de lo jodido del momento, logrará arrancarte una sonrisa.
En definitiva, Andy cumple el requisito que toda autobiografía necesita para ser creíble: es auto-crítico, objetivo y no se deja llevar por afinidades personales.

Vamos, que para ir terminando, este es un libro que todo aficionado al punk o a la música en general, debería de leer. Siempre es agradable leer la otra cara del mundillo musical, no esa jalonada de exitazos, estadios, hits y programas de televisión, sino la de aquellos grupos que alcanzando cierto status mítico con el paso del tiempo, no sacaron demasiado dinero, ni fama, y por eso mismo no se vieron corrompidos. Desgraciadamente, al parecer no es un libro de fácil acceso, parece ser que en Amazon cuesta un riñón y que es difícil de encontrar. Yo no tuve ese problema, las ventajas de montar conciertos deficitarios a viejas glorias del punk. Aunque el bueno de Andy critique a los revivalistas como yo, bien que se lo paso correteando por el Wurlitzer detrás de las chavalas después del único concierto de Eater en Madrid, y gracias a eso, los organizadores nos llevamos cedeses, camisetas y por supuesto la autobiografía de este genio del Punk.

Ravishing Punk.




domingo, 5 de enero de 2014

Tortilla Flat (John Steinbeck, 1935)
Esta obra ligera ha sido mi primer acercamiento a la obra de J. Steinbeck. Bueno, esto no es del todo cierto. En los años de instituto, recuerdo haber leído De ratones y Hombres, pero su recuerdo es confuso. Para ser totalmente sincero, me decidí por este libro porque era el más fino, de entre sus  obras, que disponían en mi biblioteca local. Por puro utilitarismo más que otra cosa, aunque también es cierto que soy férreo defensor de que "lo bueno, si breve, dos veces bueno". Es molesto cargar con un tocho rompebrazos en el transporte público. Además,  prefiero no correr riesgos y no ser confundido con uno de esos lectores de zafios tochos superventas, escritos por algún robot  al servicio de la editorial de turno. Sólo así se entiende ese afán de normalizar lectores y estereotipar temáticas.

Aunque esta novela tiene, no pocos, momentos de tensión y pendencia, su mayor parte sucede en bucólicos parajes descritos con el mayor de los lirismos. Poéticas y reflexivas escenas llenas de imágenes místicas, incluso religiosas, pero con la exaltación de la amistad y la libertad por bandera, como solo una pandilla de borrachos alborotadores puede hacerlo. La mayor preocupación de Danny y su cuadrilla es conseguir, a diario, unas garrafas de vino para enjuagarse la garganta, sentados al sol, refrescando al viento sus pies desnudos, enturbiando su espíritu para sacar sus mejores y más nobles pensamientos. La trama empieza cuando Danny vuelve de prestar un gratificante e imprescindible servicio a su patria, esquilando reses en algún rancho mastodóntico y polvoriento de Texas, y se encuentra con que es propietario de dos humildes casitas en la barriada de Tortilla Flat (Monterey, California) fruto de la herencia de su respetable abuelo. Aquí, entre sutiles y certeras pullas al crimen que es la propiedad, empiezan los problemas. Otros dirán que lo que empieza es la buena vida. Según se mire. Alejados del arroyo, ante la perspectiva de un techo con el que nunca soñaron pero saben valorar (lo justo), se van juntando entorno a la casa del paisano Danny, como si de una jauría indómita se tratase, variopintos personajes, cada uno con una ética más dudosa que el anterior. Quién sigue la carrera del autor, encuentra censuras al estado de bienestar americano, o querencia por el lumpen. A mi, con una influencia más castiza, me recuerdan a una manada de Carpantas, que tienen hambre, sed, y ganas de arrejuntarse, entre el desorden y la mugre, y que reivindican el desprecio al sistema de valores.

A lo largo de la novela, el grupo va viviendo multitud de pintorescas aventuras donde se estafa, se mercadea, se expolia, y hasta se aplica justicia social al abusador y al usurero, pero siempre con un deje pícaro y sufrido, al mismo tiempo. En otras se sirve al prójimo, con la sola satisfacción del deber bien hecho, y la tranquilidad que ello supone para la mentalidad cristiana. Los continuos roces con el sexo femenino no faltan en absoluto, representados como un juego continuo de astucias y picardías de todo pelaje. El libro está lleno de geniales toques de humor, de un cinismo salvaje y desvergonzado, como pocos, que te sacan alguna carcajada irreverente, de esas que llaman la atención de medio vagón de metro. El final, además, es surrealista a más no poder. Algo que, por fuerza, tiene que tener un mensaje apocalíptico escondido o una revelación que yo no acierto a entender. Una salida de tono que perturba al más templado. No digo más.

¿Qué más puedo añadir? Pues que me he metido en esta novela hasta el cuello. He sido un compañero más de viaje. He sentido el frio de la noche a la intemperie, la embriaguez, por vino barato, de esos hombres buscando soluciones a problemas cotidianos, y  he experimentado la libertad de no pertenecer a ningún lugar, de no tener nada. Me he sentido, otra vez más, como un desahuciado social, como un loco inadaptado que quiere destruir los cimientos de cualquier sistema que haya existido jamas en cualquier mente humana.                                                                                            


Ahora no me cabe duda que leeré más a Steinbeck. Aunque sus libros pesen, y se me mojen en los días de lluvia, por no poder meterlos en el bolsillo de mi abrigo. Esta historia me ha dejado una paz interior como hacía tiempo que no me dejaba un libro. He tenido la penúltima visión vital de mi historia: quiero ser indigente en California, porque tienen buen clima y viñedos a mogollón. Si, y he empezado por buscar Monterrey en el mapa virtual de mi navegador preferido de internet.

domingo, 17 de noviembre de 2013

TIBURÓN, Peter Benchley

Por fin conseguí la novela en la que se inspiró la archifamosa película de Spielberg y, como no podía ser de otra manera, fue en ese paraíso al alcance de la mano del que ya he hablado en numerosas ocasiones y no voy a nombrar más. Como era de esperar, debido a su irrisorio precio se trata de una de esas ediciones cutre salchicheras en este caso de Planeta con la que fue la portada de la película.
Como decía, muchas ganas tenía de echarle el guante, básicamente porque el film de Spielberg me encantó y me acojono al mismo tiempo, siendo esta una de las películas que más veces he visto, dicho esto por un tío que no siente especial admiración por el mal llamado séptimo arte. Pero esta vez tengo que reconocer que la versión fílmica, por una vez y sin que sirva de precedente, es mejor que la novela. Y por que, se preguntará el incauto que lea este su blog, pues básicamente porque nuestro director judío favorito se dedico a quitar las subtramas “culebronescas” que aparecen en el libro, centrándose casi en exclusiva en el supertiburón asesino. Así, con buen criterio, Spielberg se cepilla el triangulillo amoroso entre el jefe de policía, la parienta y el oceanógrafo, como los conflictos de clase, así mismo el personaje del alcalde en la novela tiene más miga y en la peli no sale un obeso periodista que goza de importancia en el libro.
Aunque los aciertos son mayores, también hay que decir, que mientras en el libro se le da mucha importancia al desastre económico que representa el tiburón, mezclado con oscuros intereses del señor alcalde, a una población humilde y trabajadora que subsiste por el turismo veraniego (a que país les recuerda?), esto que en la spilberiada se trata  de refilón, aquí se toca bastante, encima creando unos complejos de culpabilidad y depres de aupa, sobretodo en el caso del jefe de policía Brody. Pero bueno, en definitiva, Spielberg hizo bien en desembarazarse de los coñazos amorosos que les restan protagonismo al que tiene que ser el auténtico protagonista: el tiburón!!!!.

Pero no piensen ustedes que es un libro mediocre y aburrido, para nada; estamos ante el clásico best seller, modelo de los años 70, a lo Chacal, Quinto Jinete etc., o sea que se lee perfectamente, no es demasiado pretencioso y tiene una duración adecuada, vamos nada que ver con el modelo de best seller que ha perpetrado Dan Brown e impersonators, con super mujeres policía de pasado maldito y el tímido y flojeras pero a la vez cultísimo e inteligentísimo profesor universitario de turno, que esto no viene a cuento, pero es un modelo que se ha copiado en la literatura juvenil (uffff) y hasta en las series de televisión. Así que sí, por un casual se encuentran Tiburón, casi seguro que será a precio de saldo, uno o dos euros, que sepan que tendrán una estupenda lectura que pueden llevar consigo a esas fantásticas vacaciones que van a tener en California, Sudáfrica o Australia, malditos burgueses de mierda!!!!.


martes, 5 de noviembre de 2013

The London Punk Tapes (Jordi Valls/Vagina Dentata Organ, 2010)

A cualquier persona de bien que nos conozca, y sepa de la existencia de este blog, se le va a hacer muy dificil comprender porque, en algo más de año y medio, aún no hemos publicado ninguna colección de exabruptos sobre alguno de esos jugosos libros que versan sobre uno de los temas que más nos apasionan, y sin arrogancia, podemos decir que conocemos con detalle: El Punk. Yo sé la respuesta, o al menos la intuyo, pero no os la voy a dar, no vaya a ser que la registre la NSA (la americana, no la mostoleña) y utilicen nuestras debilidades para derrocar nuestro gobierno en la sombra. De todos modos, esta carencia esta a punto de ser solventada, gracias al amigo que me regaló este libro, y a una situación personal actual, en la que sobrevalorar cualquier material decente de lectura que caiga en mis manos, se convierte en cuestión capital para mi participación en este ciberespacio, patrocinador impertérrito y brazo sofisticado de ese programa radiofónico con el que soliamos entretener a gente inquieta, sagaz y apasionada.

El libro se define como un catálogo visual complementario al archivo de casettes que el autor plasmó, grabadora en mano, en el advenimiento del Punk, allá por el Londres del 76, y con el que más tarde se hizo una exposición multimedia, mezclando este material con los audios e imagineria punk varia. O algo asi, he entendido yo, pero que tampoco importa demasiado, no nos engañemos. Lo realmente importante, en mi opinión, es contar la historia de como unos chavales, con poca visión a largo plazo, irrumpieron violentamente en un escenario musical anquilosado, con sus instrumentos amenazantes. Y todo ello, usando como hilo conductor el exhaustivo listado de conciertos de los Sex Pistols (Hurra!), desde Noviembre de 1975 a la noche del Winterland, y las fotos de las citadas cintas, buena excusa para la obra, pero que se usa un poco sin medida, para mi gusto.

Dejando a un lado la parte visual del libro, que tira de muy buenas, y no muy trilladas, fotos de Salvador Costa o Ben Browton, entre otros, y de oportunos collages con recortes de prensa, cartelería o portadas de discos o fanzines de la época, lo que el ávido lector más apreciará son las entrevistas a las bandas que, si bien no fueron las únicas de entre las que más nombre cogieron (lease: ficharon por multinacionales), si fueron pioneras o anduvieron cerca. Deseo entender que esto obedece a que fueron las que el autor más circundaba, y no a intereses puramente comerciales, pero uno, buen conocedor de la historia oficial, hubiera deseado que se entrará en la historia de aquellas que no tuvieron la misma trascendencia. Como sea, el tema es que en esas entrevistas, extraidas de fanzines de la época, como Sniffin' Glue -el cual, debo confesar, que tengo, gracias a otro amigo (nótese la relación Punk-Amigos-Vida), por completar la lectura de su especial recopilación de todos sus números-, 48 Thrills o Jolt, se retratan bastante bien los grupos. Los Clash, como los revolucionarios adolescentes que eran; Damned, como unos tios con muy poca verguenza; Subway Sect, una de mis preferidas, como gente desenfadada y con una clarividencia política admirable; o Generation X, como aquellos que deseaban epatar con su rupturismo juvenil. También las Slits dejan unas pinceladas de su ideario. Supongo que más información puede encontrarse en los originales. Encuéntralos si tienes tiempo y dinero. También tienen su espacio La Banda Trapera, como precursores del Punk en Cataluña e, imagino, que por la misma afinidad del autor con ellos, aunque ya sabemos todos que, musicalmente, les va grande la etiqueta. Especial mención a las fotografías fantasmagóricas de Sid y Nancy, que aporta Silvia (Ultimo Resorte), que servidor no había visto nunca y que muestran, junto a los turbios hechos que acompañaron a su realización, el clima de tensión que se vivía en la época. Cierra el libro, una encíclica anti My Space de Marc Viaplana, dirigida a los punks de sólidos y arraigados valores antisistema. Pues vale.

En fin, un baño de rabia juvenil y derroche de energía musical, creatividad y transgresión, bajo la imageniería provocadora que suele acompañar al Punk y al autor, en general, que aunque desprenda ya, me temo, cierto aire de nostálgia naftalinesca (¿y yo de que me puedo quejar? Si, al menos musicalmente, sigo viviendo en aquellos maravillosos años...), bien podría servir de inspiración a la chavalería adocenada. Y aqui acabo, que paso de adoctrinar, y en cualquier momento, pueden empezar ya a salirme desvaríos de pureta resentido. Yo he disfrutado a tope de su lectura, o su visionado, como se prefiera, y añado más: se me ha hecho corta. Por lo visto por la red, pudiera ser que este hombre tenga escondido más material para el disfrute generalizado de los amantes del género. Deseamos ver.


El Lehendakari.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

FRANKESTEIN

Una espinita tenía clavada con el clásico imperecedero de Mary Shelley; desde la facultad era un libro del que siempre andaba detrás debido a una magnífica asignatura que me pille llamada transmisión mítica en la literatura occidental. Me gusto mucho el argumento y la historia en sí, me parecía interesante eso de jugar a ser Dios, el mito de Prometeo y tal. Pero por unas razones o por otras nunca lo conseguía,  bueno para que os voy a engañar, siempre fue la misma: dos veces me compre el libro, dos veces lo perdí por ir borrachuzo y dejármelo por ahí. La de libros que habré perdido por esa manía de llevármelos a todos lados. Menos mal que han inventado móviles con Internet y ya tengo con que entretenerme en los depresivos viajes de vuelta a casa en transporte público, tras alguna borrachera infame.
El caso es que tras leerme la primera páginas, que solían coincidir con la biografía de  Mistress Shelley, mi interés se iba acrecentando, sip, como habéis podido imaginar, esta buena señora tuvo una vida que por si misma ya sería narrable, entre el drama, la aventura, el amor maldito en un ambiento lleno de bohemia y aventuras, el sueño húmedo de cualquier aspirante a estrellado del rock que se precie; en fin, una señora fascinante sin lugar a dudas. Así, que como ya sabéis, amiguitos, no hay mal que cien años dure, y al fin pude leerme Frankestein sin ningún imprevisto. Pero como suele pasar en estos casos, en los que uno tiene las expectativas tan altas, pues sucede como con muchos regalos de reyes o como los conciertos de los Stiff Little Fingers: termine un tanto decepcionado. Y eso que mi buen amigo Alfredo, ejerciendo de pájaro de mal agüero, me aviso, pero nada, yo ni caso; me dije, no puede ser, este tiene que ser un librazo del copón, pero no, no fue así, el porque, intentaré explicarlo seguidamente.

El libro empieza con muy buena pinta, con el típico viajero del siglo XIX, que busca encontrarse a si mismo a través de aventuras a remotas regiones, en este caso el polo norte, nos da cuenta de ello por medio de cartas que le va enviando a su hermana, y así termina recogiendo al Dr. Frankenstein, nuestro moderno Prometeo, quien procede a contarle su terrible historia, y no digo terrible porque de mucho miedo, sino más bien por el doctor es un pesado del copón, un llorón que no hace más que darnos la brasa con sus conflictos filosóficos varios. Al igual que en culebrones tales como Gossip Girls o Beverly Hills, nuestro doctor es un pijazo del copón que viene de la muy pija suiza, como además de pijos, los suizos son calvinistas, en vez de darse a la mala vida y al folleteo, nuestro franki se enamora castamente de su hermana adoptiva y marcha para Alemania, al igual que nuestros licenciados patrios, donde como buen metódico calvinista y debido a la (nefasta) influencia de los clásicos, se dedica a crear su propio ser humano, la cosa no sale bien del todo y le sale un hermano calatraba mezclado con luchador de pressing catch. El tío en vez de aceptar que su invento no le ha quedado muy presentable (como suelo hacer yo, cuando me da por hacer una sopa castellana), se da el piro, dejando a su creación, con una empanada curiosa, por ahí danzando.

Lo que viene a continuación es un bucle, nuestro doctor todo el día con fiebres y remordimientos y nuestra criatura practicando el más puro do it yourself (aprende a comer, a vestirse, leer, mear y cagar por su cuenta). Pronto el bicho este se da cuenta de que todo el mundo le rechaza por feo de cojones y en un arrebato de ira se carga al hermanito del doctor, provocando la desesperación de este. Pronto se encuentran, el bicho le cuenta su vida al atribulado doctor y le pide un favorcillo, una pititi hecha a su imagen y semejanza, ya que esta muy claro que el pobre con lo poco agraciado que es pues no se va a comer un mojón y parece ser que el bicho este salió con la libido a niveles normales cuanto menos. Nuestro creador acepta, y a partir de aquí entramos en la parte más coñazo del libro.

Poco después a nuestro protagonista le asaltan las dudas y los remordimientos, en vez de despreocuparse y construirle la parejita, comienza a meterse en berenjenales ético-morales sobre la responsabilidad, las obligaciones, la ética y blablabla, para al final cargarse a la señora de su ahijado feucho, pero claro, su creación le pilla in fraganti y se monta la marimorena y no les cuento más. En definitiva, podemos decir que lo normal era ponerse de parte del monstruo, el pobre es un marginal, un solitario, un incomprendido debido a su aspecto, pero es que además es culto y espabilado, por lo que su sufrimiento es doble, no obstante, el engendro este también es un pesado de cojones, no tiene los rasgos arios de la gente de su entorno pero sí que se le han pegado la cursilería, la manía de enfrascarse en chapas filosóficas y en marear la perdiz.


En definitiva, un libro el de la señora Shelley, que si bien me ha decepcionado un poco, ahonda en esa idea tan vieja que son las consecuencias que conlleva el querer jugar a Dios y la manía que tenemos los despreciables seres humanos de juzgar negativamente a los que son distintos, por lo tanto desagradables a la gran masa informe, anónima y estúpida que conforma nuestras sociedades occidentales. Pero eso ustedes ya lo saben, y aunque de boquilla digan que esta mal, seguro que alguna vez ha soñado con construirse un pibón o machote que le satisfaga o se han reído del clásico pazguato al que se le caían los mocos en su clase e iba en chándal todos los putos días. Sip, lo han adivinado, yo era/soy uno de esos.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Franco Me Hizo Terrorista (2003), Stuart Christie.

La primera vez que oí hablar de Christie, fue tras la lectura de “Nos estamos acercando. La historia de Angry Brigade” de La Felguera Ediciones, pues era un sospechoso habitual continuamente hostigado por la policía, por sus contactos y declarada militancia anarquista, que intentaba involucrarlo, a toda costa, en las acciones de los furiosos brigadistas. Christie, escocés, y activista desde su más tierna juventud, relata en esta segunda parte de su trilogía autobiográfica, como su conciencia se debate desazonada, ante el panorama de sufrimiento y opresión que vive el pueblo español, tras la guerra civil, bajo la bota de ese regio hombre, de voz aflautada, que añoraba tiempos de gloria nacional, católica y romana, y dirige el destino de sus súbditos con guante de guillotina.

Pues bien, Christie, con la juventud inflamada, el cúmulo de canciones de gesta oídas a sus mayores, y el miedo abandonado en algún rincón renegrido por las chimeneas de carbón de su Glasgow natal, nos regala en esta trepidante, a la par que árida en recursos literarios, novela del más puro estilo de acción, como se lanza raudo a la insólita aventura de transportar material explosivo, propiedad de la red de exiliados españoles en Francia, opositores clandestinos al régimen (aunque sobradamente controlados por él y sus no declarados colaboradores), desde el extrarradio parisino al mismísimo kilómetro cero de la capital del Imperio, con el fin de abastecer a la resistencia en su casto objetivo de acercar al caudillo, por vía rápida y sin paradas, al Santo Creador, fuente indudable de inspiración para si mismo. El final del dictador ya se conoce de sobra. El de Christie, algo menos. Y ello es lo que desentraña este libro que nos ocupa: la enriquecedora experiencia personal de conocer el más puro sentimiento del alma castiza. Aunque en su versión más amarga: dentro de un penal de la Dictadura.
Dicho sea de paso, se conoce que en esta triste época de nuestra historia, era en la cárcel donde uno mejor podía confraternizar con la vanguardia de la política antifranquista, e incluso del pensamiento y la cultura. A lo largo del libro se van narrando un sin fin de anécdotas relativas a la picaresca que acontecía en la cárcel, como la historia de un gitano, internado en la enfermería, por tragarse una rata viva, por una apuesta de veinte pesetas, o las cómicas aventuras de dos improvisados toreros. Es patente la repulsa de Christie, como ciudadano sensible y cabal, por la fiesta nacional, y las no pocas refriegas que ello le acarreo entre el lumpen ibérico. El estudio pormenorizado de Christie hacia la personalidad “desvergonzadamente chauvinista, alegre, individualista, contradictoria, y particularmente antioficialista” de los españoles, se manifiesta por todo el libro, junto al confuso sentimiento de aceptación que vivió por el resto de reclusos, que llegaron a apreciarle, pero no le tomaban muy en serio, porque claro, eso de venir de tan lejos a acabar con el “problemón” interno que teníamos encima, nunca termina de aceptarlo un español de raza.. ¡Pues no faltaba más! También se da  repaso a multitud de personajes históricos, cada uno con sus circunstancias, como el nazi Otto Skorzeny, creador del oscuro y secreto Grupo Paladín, asociación para la extorsión y asesinato de militantes de izquierda, por medio mundo. E incluso se menciona la carrera e implicaciones de un buen número de esos militantes ácratas que luchaban por el fin de la Dictadura, de fronteras para afuera, como Octavio Alberola. Los capítulos de rivalidades con los comunistas, también son de traca.

En general, y salvando la tragedia, Christie ofrece una imagen positivista de este periodo de tres años (fue amnistiado en 1967, principalmente por intereses políticos del régimen, que empezaba a considerar la mejora de su imagen en el exterior, entre otras muchas estratagemas) donde gracias a ser extranjero no sufrió el mayor de los rigores del trato penitenciario, en manos de falangistas, clero vil y otros subproductos fascistas.

Lo más relevante es la modificación de su carácter, las diferencias que fue observando y cómo las analizaba siempre para mantenerse en guardia con el entorno, con los tipos que frecuentaba. Todo ello inevitablemente influido por la perspectiva primera de pasarse veinte años “a la sombra”, y cómo la rabia evoluciono a deseos por salir adelante en esa situación adversa. El paso por la privación de libertad es algo que no se desea a mucha gente. A mucha menos de la que le sucede.


En cualquier caso, se agradece a Christie que encontrara las ganas para rememorar esta historia, ejemplo de determinación y de lucha ante las adversidades, y que nos la contará, pues sin este tipo de libros, esta y otras muchas historias no tendrían difusión, ya que nuestros medios de información no parecen muy interesados en ellas, salvo en alguno de esos canales que nadie ve, y siempre bien embadurnado de un barniz de pasado rancio y romanticismo bobalicón, porque ya sabéis, chavales, que no son modelos a imitar, sino recuerdos del ayer, y que aquí se vive de puta madre, (aunque un poco apuradillos últimamente, habremos de arrimar el hombro y tal..) y eso de luchar por tus convicciones es de losers total. ¿O no? Pues eso...