FRANKESTEIN
Una espinita tenía clavada con el
clásico imperecedero de Mary Shelley; desde la facultad era un libro del que
siempre andaba detrás debido a una magnífica asignatura que me pille llamada
transmisión mítica en la literatura occidental. Me gusto mucho el argumento y
la historia en sí, me parecía interesante eso de jugar a ser Dios, el mito de
Prometeo y tal. Pero por unas razones o por otras nunca lo conseguía, bueno para que os voy a engañar, siempre fue
la misma: dos veces me compre el libro, dos veces lo perdí por ir borrachuzo y
dejármelo por ahí. La de libros que habré perdido por esa manía de llevármelos
a todos lados. Menos mal que han inventado móviles con Internet y ya tengo con
que entretenerme en los depresivos viajes de vuelta a casa en transporte
público, tras alguna borrachera infame.
El caso es que tras leerme la
primera páginas, que solían coincidir con la biografía de Mistress Shelley, mi interés se iba
acrecentando, sip, como habéis podido imaginar, esta buena señora tuvo una vida
que por si misma ya sería narrable, entre el drama, la aventura, el amor
maldito en un ambiento lleno de bohemia y aventuras, el sueño húmedo de
cualquier aspirante a estrellado del rock que se precie; en fin, una señora
fascinante sin lugar a dudas. Así, que como ya sabéis, amiguitos, no hay mal
que cien años dure, y al fin pude leerme Frankestein sin ningún imprevisto.
Pero como suele pasar en estos casos, en los que uno tiene las expectativas tan
altas, pues sucede como con muchos regalos de reyes o como los conciertos de
los Stiff Little Fingers: termine un tanto decepcionado. Y eso que mi buen
amigo Alfredo, ejerciendo de pájaro de mal agüero, me aviso, pero nada, yo ni
caso; me dije, no puede ser, este tiene que ser un librazo del copón, pero no,
no fue así, el porque, intentaré explicarlo seguidamente.
El libro empieza con muy buena
pinta, con el típico viajero del siglo XIX, que busca encontrarse a si mismo a
través de aventuras a remotas regiones, en este caso el polo norte, nos da cuenta
de ello por medio de cartas que le va enviando a su hermana, y así termina
recogiendo al Dr. Frankenstein, nuestro moderno Prometeo, quien procede a
contarle su terrible historia, y no digo terrible porque de mucho miedo, sino
más bien por el doctor es un pesado del copón, un llorón que no hace más que
darnos la brasa con sus conflictos filosóficos varios. Al igual que en
culebrones tales como Gossip Girls o Beverly Hills, nuestro doctor es un pijazo
del copón que viene de la muy pija suiza, como además de pijos, los suizos son
calvinistas, en vez de darse a la mala vida y al folleteo, nuestro franki se
enamora castamente de su hermana adoptiva y marcha para Alemania, al igual que
nuestros licenciados patrios, donde como buen metódico calvinista y debido a la
(nefasta) influencia de los clásicos, se dedica a crear su propio ser humano,
la cosa no sale bien del todo y le sale un hermano calatraba mezclado con
luchador de pressing catch. El tío en vez de aceptar que su invento no le ha
quedado muy presentable (como suelo hacer yo, cuando me da por hacer una sopa
castellana), se da el piro, dejando a su creación, con una empanada curiosa,
por ahí danzando.
Lo que viene a continuación es un
bucle, nuestro doctor todo el día con fiebres y remordimientos y nuestra criatura
practicando el más puro do it yourself (aprende a comer, a vestirse, leer, mear
y cagar por su cuenta). Pronto el bicho este se da cuenta de que todo el mundo
le rechaza por feo de cojones y en un arrebato de ira se carga al hermanito del
doctor, provocando la desesperación de este. Pronto se encuentran, el bicho le
cuenta su vida al atribulado doctor y le pide un favorcillo, una pititi hecha a
su imagen y semejanza, ya que esta muy claro que el pobre con lo poco agraciado
que es pues no se va a comer un mojón y parece ser que el bicho este salió con
la libido a niveles normales cuanto menos. Nuestro creador acepta, y a partir
de aquí entramos en la parte más coñazo del libro.
Poco después a nuestro
protagonista le asaltan las dudas y los remordimientos, en vez de despreocuparse
y construirle la parejita, comienza a meterse en berenjenales ético-morales
sobre la responsabilidad, las obligaciones, la ética y blablabla, para al final
cargarse a la señora de su ahijado feucho, pero claro, su creación le pilla in
fraganti y se monta la marimorena y no les cuento más. En definitiva, podemos
decir que lo normal era ponerse de parte del monstruo, el pobre es un marginal,
un solitario, un incomprendido debido a su aspecto, pero es que además es culto
y espabilado, por lo que su sufrimiento es doble, no obstante, el engendro este
también es un pesado de cojones, no tiene los rasgos arios de la gente de su
entorno pero sí que se le han pegado la cursilería, la manía de enfrascarse en
chapas filosóficas y en marear la perdiz.
En definitiva, un libro el de la
señora Shelley, que si bien me ha decepcionado un poco, ahonda en esa idea tan
vieja que son las consecuencias que conlleva el querer jugar a Dios y la manía
que tenemos los despreciables seres humanos de juzgar negativamente a los que
son distintos, por lo tanto desagradables a la gran masa informe, anónima y
estúpida que conforma nuestras sociedades occidentales. Pero eso ustedes ya lo
saben, y aunque de boquilla digan que esta mal, seguro que alguna vez ha soñado
con construirse un pibón o machote que le satisfaga o se han reído del clásico
pazguato al que se le caían los mocos en su clase e iba en chándal todos los
putos días. Sip, lo han adivinado, yo era/soy uno de esos.
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