jueves, 6 de diciembre de 2012


“Los Cosacos”, Lev Tolstói

La lectura de este libro me provocó sentimientos encontrados. Me explico. Siendo yo un burdo iletrado (sic), la minuciosa descripción de los idílicos parajes del Cáucaso, de sus blancas montañas, y sus sencillos habitantes, se me antojaba tan interesante como el análisis de eventualidades, durante la cría del cangrejo bivalvo. Y en esto se pasa el bueno de Tolstói, durante gran parte de esta novela. Yo, esperaba encontrarme una novela, poco menos que de atroz acción bélica entre feroces pueblos se nutriera, sin embargo, aunque estas partes de acción también se encuentran en tímida y romántica medida, la verdadera lectura de la obra va más allá, tirando más hacia una síntesis del significado de la vida. En esta historia basada en vivencias del propio Tolstói, de cuando intentó escapar de la vida disoluta de su juventud, perdido por los vicios en el excitante y nobiliario Moscu, se intenta encontrar la búsqueda de la felicidad, el modo de llenar una existencia vacía mediante actos filantrópicos, reflexión introspectiva, y admiración y asimilación de la simplicidad y magnitud de la naturaleza.
Así parte el cadete Olenin, desde la capital rusa, rumbo a un lejano paraje fronterizo caucásico donde es destinado, dejando atrás toda esa vida de artificio e hipocresía, para encontrar la sencillez de la vida de unos embrutecidos, pero nobles guerreros, los cosacos, en continua bronca con los mezquinos y acechadores chechenos, por esos “quiteme allá esas pajas” territoriales de toda la vida, ya saben.. En toda historia tolstoiana que se precie, al parecer, encontramos una historia de amor, o más bien, un obscuro objeto del deseo y la obsesión con un final tirando a trágico. En este caso protagonizada por la joven Mariánushka, huidiza y misteriosa, a partes iguales, junto al aguerrido joven Lúkashka, apuesto y heroico cosaco local. Otros personajes se entremezclan, derrochando filosofía de lo cotidiano, disquisiciones etnográficas de la región, y costumbrismo, que dotan a la obra de un encantador, campechano, bucólico aroma, que pacifica y relaja el espíritu, cosa fina, oigan.
En resumen, una novela menor, que no profundiza, en demasía, en ese afán por el conocimiento de los misterios de la vida, pero resulta agradable de leer, dinámica. Un recomendable cuento para una lectura veraniega. O quizá un entremés, entre dos espesas obras de arduo contenido político-filosófico, como las que estamos hechos a leer, y algún día, cuando nos pille calientes, comentaremos en este blog.

Caruty