miércoles, 8 de octubre de 2014


Acid House (Irwine Welsh, 1994)
En un principio, no tenía en mente escribir comentario alguno sobre este libro porque, aunque a ratos he disfrutado, no me parece que aporten nada en particular unas cuantas historias más de yonkis deshumanizados y deprimidos, y otras gentes de dudosa moral, ubicados en el lumpen proletariado. No obstante, hay algunas “perlas” en esta colección de relatos breves (junto a una novela corta) que han llamado mi atención. Precisamente las que menos tienen que ver con el inframundo de las sustancias estupefacientes. Y es que aunque me pese, pues uno intenta refinar sus gustos día a día, soy otro más de los que disfrutan, un poco, deambulando desde la barrera, por las miserias ajenas. Y de eso, en este libro hay un rato. Uno tras otro van sucediéndose personajes recosidos, con múltiples cicatrices, tanto físicas como espirituales, que por el contacto que muchos hemos hecho (¡y hemos sido, que coño!) con borrachos intratables, politoxicómanos varios y arruinados morales con carnet, resultan hasta entrañables. A quién le guste Bukowski, su realismo indecente, promiscuo y su lenguaje claro, colorista y callejero, le encantará la mayor parte de la obra de Welsh, desarrollada, en su mayoría, por los sucios y grises suburbios británicos. Si bien son historias dirigidas a la juventud (si, aunque parezca increíble hay jóvenes que leen algo más que el Marca o best-sellers de saldo) por la gran dosis de identificación con las realidades que cuenta Welsh, dudo más que mucho que llegue al grueso de su público potencial, que es tirando a analfabeto, por decirlo suavemente. Una lástima ya que, y sin pretender ser moralista, la imagen deformada que podrían contemplar ante los contorsionados espejos que muestra el autor, disuadirían a más de uno de seguir por el camino de la autodestrucción. Aunque bien pudiera ser todo lo contrario, y animarle a lanzarse al abismo, que sé yo. Y añado, desde mi púlpito, que el apasionado “malditismo” de muchos “quiero y no puedo's”, junto al poco aprecio por la salud, es condición necesaria para que triunfe nuestro “querido sistema”. Me explico: hay quién cree que la autodestrucción es revolucionaria, demostrando que no se acerca, ni de lejos, a comprender el mundo en que vive.
Entre las historias que más me han gustado hay una, llamada “Los dos filósofos”, que presenta a un par de profesores universitarios, antagonistas en sus teorías políticas, y vitales, por lo tanto, que aún siendo viejos colegas, siempre acaban por sacar su rivalidad a flote, y entre discusiones etílicas en la barra del pub, temen por el futuro de su relación personal. Leyendo entre líneas (tampoco demasiado) uno encuentra una bonita historia en la que amistad y principios filosóficos se dan de ostias, para terminar en un obtuso final, a la altura del resto del libro. A mí no me cuesta identificarme con esta historia en particular, por las noches de abyectas diatribas y maledicentes dialécticas pasadas junto al principal responsable de este blog, y frente a nuestro barman de confianza. Aunque nuestras riñas no tienen el carácter de erudición de la de los dos personajes de la historia, también revelan profundos sentimientos, valores arraigados, y planteamientos frente a la vida. Todos muy correctos y respetables. Aunque los míos son más  mejores, y verdaderos, claro está. En cualquier caso, veo difícil para nosotros un final como el del relato, principalmente porque no somos anglosajones, ni excesivamente violentos. Otra cultura diferente, ya sabéis.
Otra gran historia es “La causa del Granton Star”, de inevitable reminiscencia kafkiana, por eso de convertir personas en bichos y tal, que narra la particular historia de un joven que lo pierde todo miserablemente, en cuestión de horas, y cuando nada puede ir peor… ¡Se le aparece Dios! ¿Quién no desearía tener una charla con el viejo mito? ¡Hasta un no creyente lo desearía! Pero atentos, es un Dios duro, cruel y vengativo, entre otras malvadas cualidades. Como el del Antiguo Testamento, para que os hagáis a la idea. Esta historia, aparte de truculenta, también tiene moraleja: no dejes en manos de Dios, lo que puedas solucionar tú. Muy edificante, si no fuera porque el recurso de lanzar reproches a un Dios salvador pide, de por sí, confirmar la creencia en él, o peor, sentir la necesidad de él. No obstante, buena historia.  Empiezo a comprender que este Welsh, tras sus depravadas y sucias historias, esconde cierto tufillo puritano.
Hay más historias entretenidas, como Dinae Matter, donde el típico palurdo que jamás querrías tener como padre le atiza a un Mickey Mouse tamaño humano, o Euroescoria, una bonita historia donde se define a mucha gente que va dando tumbos por la vieja Europa, en busca de una vida de gozo narcótico y desenfrenado, viviendo las más miserables y turbias penurias. La novela corta es un poco más de lo mismo. Sordidez,  y reflexiones vitales, en un clima de suburbio británico, rodeado de heces por todos sitios. Personalmente, creo que, con el tiempo, me aventuraré con alguna obra más de este tipo, aun habiendo miles de cosas que me apetece leer más, pues no termina de desagradarme suficiente su perspectiva del mundo.
El lehendakari.

viernes, 14 de febrero de 2014

THE SECRET LIFE OF A TEENAGE PUNK ROCKER. THE ANDY BLADE CHRONICLES.

Señoras y caballeros: este humilde sitio ha decidido ampliar horizontes; no, no, eso no quiere decir que vayamos a subir nuestro ritmo de lecturas. Ante todo somos gente relajada y alejada del mundanal cyber-ruido. Simplemente hemos pasado a mostrar aquí nuestras impresiones sobre un libro en inglés; SIIIIII!!!!!, en el idioma del Imperio y de su máxima vocera Esperanza Aguirre!!!!. Pero amigos, es que no se trata de un libro cualquiera. Para empezar hay que señalar que se trata de un libro de punk, y el punk es algo que me fascina hasta límites de perdida de tiempo insospechados. Pero tampoco se trata de un libro de punk cualquiera; no es el enésimo ensayo de pseudos intelectualoides que viene a contarnos las bondades del Situacionismo pero tampoco es una reunión de porteras drogadictas neoyorquinas narrándonos lo mucho que han contribuido a salvar el Rock’n’Roll. No!!!, este libro es mucho más, es la autobiografía de Andy Blade, el cantante de uno de los mejores grupos que la humanidad ha dado, EATER, que aunque seas un bobo y un pedorro y por ello no te gusten, tendrás que reconocer que son el paradigma de lo que debe de ser un grupo de punk.
Pero tampoco nos encontramos ante una autobiografía al uso. Para empezar no tiene pinta de haber sido escrito por un “negro” al estilo de la sinpar Ana Rosa, para seguir, no hay rastro de la menor autoindulgencia, vamos que no se trata del típico libro donde el autor es muy bueno y lo demás son muy malos y tontos, además nuestro amigo Andy no tiene pelos en la lengua, no esconde absolutamente nada de lo que piensa sin importarle lo más mínimo las posibles consecuencias.
Eso sí, la estructura del libro es clásica en las biografías de un tiempo a esta parte, sigue orden cronológico pero salpicadas con anécdotas sobre episodios concretos, desde la infancia de Blade y sus hermanos en Finchley hasta la catarsis final ya en el siglo XXI. En ese sentido me recuerda a la también genial autobiografía de Ricky Gil, cantante y bajista de los no menos geniales Brighton 64.
En definitiva, a través del libro vamos asistiendo a divertidas anécdotas e interesantes reflexiones del autor.




Como hemos dicho el libro empieza con la infancia de nuestro protagonista, que como suele gustar, aúna elementos típicos con episodios más bizarretes. Miembro de una familia de clase obrera con varios hermanos, sufrió el típico divorcio entre sus progenitores. Hasta aquí más o menos normal, pero el señor padre era egipcio, y aunque de costumbre más o menos relajadas, musulmán; de hecho, como os podéis imaginar, el interfecto no salió de la maternidad como Andy Blade, sino como Ashruf Radwan, y se por experiencia que tener un nombre raro no es fácil de llevar cuando se es un joven imberbe, si ya va acompañado de ese apellido pues imaginaros. Por lo demás, tampoco parece que el señor Andy llevase una pubertad tan distinta de cualquier chaval de clase obrera raruno: peyas del cole, gamberradas varias, hurtos menores y cervezicas, y el rock´n´roll claro esta. Más concretamente el Glam, que era lo que tenía obnubilado a buena parte de la chavalería de la época, ya sabéis, principios mediados de los 70.
Así, batallita tras batallita, gamberrada tras gamberrada, robo tras robo, nuestro pequeño héroe, monta una banda, que tiene la inmensa fortuna de estar en el sitio adecuado en el momento adecuado, ya que coincide con los primeros escarceos del punk británico y la puesta en el mapa de los Sex Pistols. De esta manera, Eater llama la atención de la aún en pañales escena punk, entre otras cosas, por la juventud de todos sus componente, ninguno de ellos pasaba de los 16 años. Esta claro que un grupo como Eater sería imposible que surgiera hoy en día en Madrid, no ya por una cuestión de moda o geografía, sino porque les sería imposible tocar en algún lado que no fuese una casa ocupa, gracias a las tolerantes leyes de nuestro querido ayuntamiento.
Pero volvamos al Londres del 76/77, a partir de aquí viene lo mejor del libro para quien esto escribe, y es que nos surgimos de lleno en el mundillo del punk londinenese, con sus grandezas y con sus miserias. A través del prisma de Andy se nos muestra un sinfín de anécdotas en las que casi nadie sale bien parado, se le nota un poso de amargura por lo que pudo ser y no fue, tanto para hablar de su banda como para hablar de toda la escena punk, haciendo gala del típico cinismo inglés que resulta muy divertido y grato de leer. Todas las batallitas y sus posteriores reflexiones merecen la pena, sobretodo porque como he dicho antes, Andy del primero que se ríe es de si mismo y de su banda, y porque además sus filias y sus fobias no le impiden ser objetivo y sincero. Así por ejemplo vemos que siente mucha simpatía por Joe Strummer, pero eso no le impide reconocer que los Clash caían en continuas contradicciones y que detrás de su discurso pseudo-marxista se escondía un afán por convertirse en las típicas estrellitas de Rock.
Por otro lado, Johnny Rotten y él no se profesaban simpatía alguna, entre otras cosas, por las declaraciones en las que decían que los Pistols eran demasiado viejos, por ser Eater del círculo de los Damned y también por ciertos líos de Andy con la novia de Johnny (y luego mujer) y además madre de Ari Up (cantante de las Slits con la que Andy también se llevaba a matar), pero eso no le reprime de decir que los Pistols fueron la banda más grande de la época, que sin ellos no hubiera habido nada y que Johnny Rotten fue la voz de su generación, más allá del punk neoyorquino, aún siendo Blade fan irredento de los Ramones.
Punk neoyorquino al que Andy le mete palos serios y deja claro que si no llega a ser por la explosión del punk británico, no hubiera salido de sus madrigueras del CBGB o del Max Kansas, vamos, que no hubiese salido de su estatus de grupetes de culto para una minoría de pijos pedorros hedonistas. Como muestra el demoledor y acertado párrafo. Lean y déjense ya de chorradas de Nueva York, decadencia rockanrolera y de Mátames varios:



The whole New York ‘invasion’ was quite hilarious really. Besides the RAMONES who were fantastic, regardless of any baggage they brought with them the rest of the cast were merely has-been junkies trying to latch on to a new scene for the chance of a second and hopefully more lucrative bit of the cherry. Their vision of the London scene was no better than that of the Daily Mirror. (…) if the UK punk rock scene hadn’t been invented at this point in musical history, would the New York scene really have infiltrated these shores successfully?. Would it have been the same?. (...). I don’t think so.


Anécdota tras anécdota pasa el período punk con la disolución del grupo y el rápido desencanto de Blade tanto con Eater como con el punk en general. Y nuestro bien querido protagonista hace lo peor que pudiera hacer cualquier persona cabal, meterse en el mundillo jipi que le arrastrará poco a poco a una deriva de drogas en la que terminará enganchado al caballo. A partir de aquí poco más saldrá reflejado el punk, a excepción de la moda de los conciertos reuniones, de Eater, de los Pistols y de unos cuantos más, con motivo del 20 aniversario del punk, y como siempre, lo hace para reírse con un toque amargo y de decepción de él mismo, de sus acólitos, de sus compañeros de generación y de los pajeros como yo, que solemos disfrutar con este tipo de reuniones de abueletes punkis.
Pero aunque el protagonismo del punk desaparezca, el libro sigue siendo divertido, aleccionador y entrañable. Como decía por ahí arriba termina metido en problemas con la heroína (pero lejos de la versión glamurosa y decadente de las estrellitas del rock), lo cual le lleva a hacer un bizarrísimo viaje a Oriente Medio a purgarse (el padre de Andy es de origen egipcio), a través de uno de sus hermanos, el cual se ha convertido en un fanático del Islam (y que le lleva a conocer a Cat Stevens, por cierto), se ve envuelto en relaciones tormentosas que degeneran en un ‘affaire’ amoroso de drama fílmico que le llevara a romper la amistad con Brian Chevette, guitarra de Eater y amigo desde la infancia. Todo esto, como hemos dicho anteriormente, jalonado del típico humor inglés, que a pesar de lo dramático de la situación y de lo jodido del momento, logrará arrancarte una sonrisa.
En definitiva, Andy cumple el requisito que toda autobiografía necesita para ser creíble: es auto-crítico, objetivo y no se deja llevar por afinidades personales.

Vamos, que para ir terminando, este es un libro que todo aficionado al punk o a la música en general, debería de leer. Siempre es agradable leer la otra cara del mundillo musical, no esa jalonada de exitazos, estadios, hits y programas de televisión, sino la de aquellos grupos que alcanzando cierto status mítico con el paso del tiempo, no sacaron demasiado dinero, ni fama, y por eso mismo no se vieron corrompidos. Desgraciadamente, al parecer no es un libro de fácil acceso, parece ser que en Amazon cuesta un riñón y que es difícil de encontrar. Yo no tuve ese problema, las ventajas de montar conciertos deficitarios a viejas glorias del punk. Aunque el bueno de Andy critique a los revivalistas como yo, bien que se lo paso correteando por el Wurlitzer detrás de las chavalas después del único concierto de Eater en Madrid, y gracias a eso, los organizadores nos llevamos cedeses, camisetas y por supuesto la autobiografía de este genio del Punk.

Ravishing Punk.




domingo, 5 de enero de 2014

Tortilla Flat (John Steinbeck, 1935)
Esta obra ligera ha sido mi primer acercamiento a la obra de J. Steinbeck. Bueno, esto no es del todo cierto. En los años de instituto, recuerdo haber leído De ratones y Hombres, pero su recuerdo es confuso. Para ser totalmente sincero, me decidí por este libro porque era el más fino, de entre sus  obras, que disponían en mi biblioteca local. Por puro utilitarismo más que otra cosa, aunque también es cierto que soy férreo defensor de que "lo bueno, si breve, dos veces bueno". Es molesto cargar con un tocho rompebrazos en el transporte público. Además,  prefiero no correr riesgos y no ser confundido con uno de esos lectores de zafios tochos superventas, escritos por algún robot  al servicio de la editorial de turno. Sólo así se entiende ese afán de normalizar lectores y estereotipar temáticas.

Aunque esta novela tiene, no pocos, momentos de tensión y pendencia, su mayor parte sucede en bucólicos parajes descritos con el mayor de los lirismos. Poéticas y reflexivas escenas llenas de imágenes místicas, incluso religiosas, pero con la exaltación de la amistad y la libertad por bandera, como solo una pandilla de borrachos alborotadores puede hacerlo. La mayor preocupación de Danny y su cuadrilla es conseguir, a diario, unas garrafas de vino para enjuagarse la garganta, sentados al sol, refrescando al viento sus pies desnudos, enturbiando su espíritu para sacar sus mejores y más nobles pensamientos. La trama empieza cuando Danny vuelve de prestar un gratificante e imprescindible servicio a su patria, esquilando reses en algún rancho mastodóntico y polvoriento de Texas, y se encuentra con que es propietario de dos humildes casitas en la barriada de Tortilla Flat (Monterey, California) fruto de la herencia de su respetable abuelo. Aquí, entre sutiles y certeras pullas al crimen que es la propiedad, empiezan los problemas. Otros dirán que lo que empieza es la buena vida. Según se mire. Alejados del arroyo, ante la perspectiva de un techo con el que nunca soñaron pero saben valorar (lo justo), se van juntando entorno a la casa del paisano Danny, como si de una jauría indómita se tratase, variopintos personajes, cada uno con una ética más dudosa que el anterior. Quién sigue la carrera del autor, encuentra censuras al estado de bienestar americano, o querencia por el lumpen. A mi, con una influencia más castiza, me recuerdan a una manada de Carpantas, que tienen hambre, sed, y ganas de arrejuntarse, entre el desorden y la mugre, y que reivindican el desprecio al sistema de valores.

A lo largo de la novela, el grupo va viviendo multitud de pintorescas aventuras donde se estafa, se mercadea, se expolia, y hasta se aplica justicia social al abusador y al usurero, pero siempre con un deje pícaro y sufrido, al mismo tiempo. En otras se sirve al prójimo, con la sola satisfacción del deber bien hecho, y la tranquilidad que ello supone para la mentalidad cristiana. Los continuos roces con el sexo femenino no faltan en absoluto, representados como un juego continuo de astucias y picardías de todo pelaje. El libro está lleno de geniales toques de humor, de un cinismo salvaje y desvergonzado, como pocos, que te sacan alguna carcajada irreverente, de esas que llaman la atención de medio vagón de metro. El final, además, es surrealista a más no poder. Algo que, por fuerza, tiene que tener un mensaje apocalíptico escondido o una revelación que yo no acierto a entender. Una salida de tono que perturba al más templado. No digo más.

¿Qué más puedo añadir? Pues que me he metido en esta novela hasta el cuello. He sido un compañero más de viaje. He sentido el frio de la noche a la intemperie, la embriaguez, por vino barato, de esos hombres buscando soluciones a problemas cotidianos, y  he experimentado la libertad de no pertenecer a ningún lugar, de no tener nada. Me he sentido, otra vez más, como un desahuciado social, como un loco inadaptado que quiere destruir los cimientos de cualquier sistema que haya existido jamas en cualquier mente humana.                                                                                            


Ahora no me cabe duda que leeré más a Steinbeck. Aunque sus libros pesen, y se me mojen en los días de lluvia, por no poder meterlos en el bolsillo de mi abrigo. Esta historia me ha dejado una paz interior como hacía tiempo que no me dejaba un libro. He tenido la penúltima visión vital de mi historia: quiero ser indigente en California, porque tienen buen clima y viñedos a mogollón. Si, y he empezado por buscar Monterrey en el mapa virtual de mi navegador preferido de internet.